Érase una vez, una comunidad en lo alto de un monte. Aquel año, la cosecha de café fue excelente y cada familia logró recoger una buena cantidad.
Cuando llegó el tiempo de llevarlo a vender, cada uno de los cincuenta vecinos de la comunidad, salió por su cuenta a venderlo.
Consiguieron un buen precio en el mercado. Cada uno guardó su plata lo más escondida que pudo, y después de hacer unas compras, regresaron a sus casas.
En el camino, detrás de unos palos, estaban escondidos tres ladrones, que iban robando uno a uno a todos los campesinos que regresaban.
Al llegar a su comunidad, el hombre más viejo de aquella comunidad, que estaba sentado a la puerta de su casa les preguntó:
¿Qué les pasa, compañeros? Esta mañana cuando salieron a vender el café, iban con la cara sonriente, y ahora, regresan tristes y apaleados.
Uno de los campesinos le respondió;
— Todo marchaba bien. Conseguimos una buena ganancia por el café, pero al regreso, tres ladrones nos han robado todo lo que cargábamos.
Y el viejo, con voz brava, les dijo:
— ¡Pero cómo es posible, si vosotros sois cincuenta y ellos eran tres!
Y le dijeron;
— Muy sencillo; hermano. Ellos eran tres, pero estaban unidos; nosotros, sin embargo, somos cincuenta, pero estamos desunidos.
Y aquel año, en aquella comunidad, se siguió pasando necesidad.
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