Érase una vez una muchacha de nombre Nadia cuya belleza
atraía a todos los que la conocían. A pesar de ello, Nadia se sentía muy
sola. Tras la alegría del primer encuentro con sus pretendientes, les
encontraba defectos. Entonces, sentía que su amor se marchitaba y seguía
anhelando su ideal de pareja perfecta.
Un día, Nadia oyó hablar de un sabio que a todos conmovía con sus
palabras. Aquella noche, decidió consultarle su problema. “Tal vez -se
decía- me pondrá en el camino de ese hombre ideal que sueño.”. A la mañana
siguiente, llegó hasta él y, tras exponerle su mala suerte, le dijo:
-Necesito hallar la pareja perfecta. ¿Qué podéis decirme? Una persona como
usted, sin duda, habrá encontrado la pareja perfecta.
Aquel anciano, mirando a Nadia con brillo intenso en sus ojos, le dijo:
-Pasé mi juventud buscando a la mujer perfecta. En Egipto, encontré a una
mujer bella e inteligente, pero era muy inconstante y egoísta. En Persia,
conocí a una mujer que tenía un alma buena y generosa, pero no teníamos
aficiones en común. Y así una mujer tras otra. Al principio, me parecía
haber logrado “el gran encuentro”, pero, pasado un tiempo, descubría que
faltaba algo que mi alma anhelaba. Fueron transcurriendo los años hasta
que de pronto, un día.. -dijo el anciano haciendo una emocionada pausa- la
vi resplandeciente y bella. Allí estaba la mujer que yo había buscado toda
mi vida.
-¿Y qué pasó? ¿Te casaste con ella? -replicó entusiasmada la joven Nadia.
-Al final. la unión no pudo llevarse a cabo.
-¿Por qué?, ¿por qué?
-Porque al parecer -le dijo el anciano con un gran brillo en sus ojos-
ella buscaba la pareja perfecta
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