- Nunca exigir de los hijos lo que antes no haya practicado el padre con su buen ejemplo, y darlo en todo caso.
- Pensar bien lo que se manda, y no mandar ni corregir con arrebatos ni con gritos.
- Exigir siempre una obediencia pronta, sin réplica ni contradicciones.
- Dar a los hijos verdaderas pruebas de cariño y exigirles el debido respeto.
- Evitar a todo trance cualquier desavenencia entre el padre y la madre delante de los hijos.
- Acostumbrar a los hijos, desde pequeños, al trabajo y vigilar mucho los compañeros que tengan.
- Encomendar los hijos a Dios todos los días, y hacer que ellos también se encomienden.
- No concederles nada de lo que pidan a gritos, con ceño o refunfuñando.
- Reprenderlos con dulzura y castigarlos con sangre fría, no en el momento de su ira, sino cuando hayan recobrado la calma.
- No enseñarles la ira y la venganza contra la piedra en que tropezaron.
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