Un día, una pequeña liebre sentada bajo un árbol frutal pensaba y pensaba constantemente. -¿Qué me ocurrirá cuando la tierra llegue a su fin?. Llevaba días cavilando en esta cuestión. Era realmente un tema importante y de un buen análisis de la situación, llegado el momento podía depender su vida. Fue en ese preciso instante, cuando con gran estrépito cayó un fruto del árbol rompiéndose junto a ella en mil pedazos. La libre, asustada, salió corriendo tan deprisa como podían llevarla sus patas, convencida de que el ruido del fruto cayendo al suelo era el de la tierra abriéndose, rasgándose, haciéndose pedazos. Y corrió y corrió, sin atreverse a volver la vista atrás. -¡Hermana, hermana!, –gritó otra pequeña liebre que la vio correr, -dime por favor qué ha sucedido. Pero la liebre siguió corriendo y corriendo sin ni siquiera volverse para responder. La otra liebre corrió tras ella, llamándola cada vez con más fuerza: -¿Qué ha ocurrido, hermanita, qué ha ocurrido? Por fin, la liebre se detuvo un momento y exclamó: -¡La tierra se está haciendo pedazos! Y continuando corriendo inmediatamente después. Al oír esto, la otra liebre, presa del pavor, se puso a correr más rápido todavía. Una tercera liebre se unió a estas dos, y luego una cuarta, una quinta, hasta un total de cien mil liebres, que corrían a toda velocidad por los campos. Y corrieron por el bosque y las profundas selvas, y los ciervos, los jabalís, los alces, los búfalos, los bueyes, los rinocerontes, los tigres, los leones y los elefantes, oyendo que la tierra tocaba a su fin, corrieron todos locamente con ellas. Pero entre los que vivían en la selva había un viejo león, un león sabio, que sabía todo lo que tenía lugar en el mundo. Y cuando supo que tantos centenares y millares de animales se iban corriendo porque creían que la tierra se estaba haciendo pedazos, pensó: -Esta tierra nuestra está muy lejos todavía de acercarse a su fin, pero mis pobres animales morirán si no los salvo, pues en su espanto se arrojarán al mar. Y corrió a tal velocidad, que llegó a una montaña que se levantaba en el camino de los animales antes de que éstos llegaran hasta ella. Y cuando pasaban por delante de la montaña, lanzó tres rugidos con tanta fuerza, que todos se detuvieron en su loca huida y se quedaron quietos unos junto a otros, temblando. El gran león bajó de la montaña y se acercó a ellos. -¿Por qué corréis a esa velocidad?”, -preguntó. -La tierra se está rompiendo en pedazos, –contestaron muchos a la vez. -¿Quién ha visto que eso ocurra?, –preguntó de nuevo. -Los elefantes, –respondieron. -¿La visteis romperse?, –preguntó a los elefantes. -Nosotros no, pero los leones lo vieron, –contestaron. -¿Lo visteis vosotros?, –preguntó a los leones. -No, pero los tigres lo vieron, –contestaron. -¿Lo visteis vosotros?, –preguntó a los tigres. -Los rinocerontes lo vieron, – respondieron los tigres. Pero los rinocerontes dijeron: -Los bueyes lo vieron. Los bueyes dijeron: -Los búfalos lo vieron. Los búfalos dijeron: -Los alces lo vieron. Y de los alces a los jabalís, de los jabalís a los ciervos, y de los ciervos a las liebres, que dijeron: -Esa pequeña liebre nos dijo que la tierra se estaba rompiendo. -Viste tú que se partiera, –preguntó el león a la pequeña liebre. -Sí, señor, –respondió la liebre, -la escuché y la vi desmembrarse junto a mi. -Dónde estabas cuando lo viste, –preguntó. Con la voz temblorosa, la pequeña liebre contestó: -Estaba sentada bajo un árbol frutal y pensaba: ¿Qué me ocurrirá cuando la tierra llegue a su fin? Y en ese momento, oí el ruido de la tierra desintegrándose y me fui corriendo. El gran león se dirigió a ella y le dijo: -¡Súbete a mi lomo, pequeña! Y muéstrame el lugar donde viste desintegrarse a la tierra. La pequeña liebre atemorizada como estaba, al principio se negó a tener que volver a tan horrible lugar. Sólo la fuerza del león y la imposibilidad de desobedecerle le hicieron montar sobre su lomo. A gran velocidad el león se dirigió hacia el lugar, pero cuando se acercaban al árbol frutal, la pequeña liebre bajó de un salto, tal era el terror que le producía el lugar. Y señalando el árbol al león, dijo: -Señor, allí está el árbol. El león se acercó al árbol y vio el sitio en el que la liebre había estado sentada, así como el fruto que desde el árbol había caído del árbol. -Acércate, pequeña, –le dijo cariñosamente, -no temas, ya no hay peligro. A ver ¿dónde viste que la tierra se abriera? La liebre, después de mirar a su alrededor y ver el fruto en el suelo, comprobó cual había sido el motivo para el sobresalto. Avergonzada, saltó de nuevo sobre el lomo del león y volvió con los centenares y miles de animales que esperaban su regreso. El león dijo entonces a la gran multitud que el ruido que la pequeña liebre había oído era el de un fruto cayendo y rompiéndose al estrellarse contra el suelo. Todos los animales estaban muy enojados con la pequeña liebre, podían haber muerto por su falsa alarma. Pero el león les dijo: -La culpa nunca es de nadie, pero debéis saber que nada os hubiera sucedido, si antes de poneros a correr hubieseis indagado un poco más. Las habladurías y rumores poco tienen de veraz y traen muchas desgracias. Calmados los animales, el león se dirigió a la pequeña liebre y le dijo: -Y a ti, pequeña, tengo que decirte que cuando nos rodeamos de pensamientos catastróficos, todo lo que nos rodea se convierte en señales que presagian el desastre. Vive atentamente, pero no dejes que tus pensamientos y cavilaciones enturbien tu mente negándote la libertad de actuar y de vivir en paz. |
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