Al principio veía a Dios como el que me observaba, como un juez que llevaba cuenta de lo que hacía mal, como para ver si merecía el cielo o el infierno cuando muriera. Era como un presidente, reconocía su foto cuando la veía, pero realmente no lo conocía. No sé cuando sucedió, no me di cuenta cuando fue que El sugirió que cambiáramos lugares, Era la distancia más corta entre dos puntos. Pero cuando El tomó el liderazgo, las cosas cambiaron asombrosamente, y para bien. El conocía otros caminos, caminos diferentes, hermosos, por las montañas, a través de lugares con paisajes, velocidades increíbles. Lo único que podía hacer era sostenerme, aunque pareciera una locura, Él solo me decía: “pedalea”. Me olvidé de mi aburrida vida y comencé una aventura, y cuando yo decía “estoy asustada”, Él me llevó a conocer gente con dones, dones de sanidad y aceptación, de gozo. Ellos me dieron esos dones para llevarlos en mi viaje. Nuestro viaje, de Dios y mío. El me dijo: “comparte estos dones, dalos a la gente, son sobrepeso, mucho peso extra”. Y así lo hice, a la gente que conocimos, encontré que en el dar yo recibía y mi carga era ligera. No confié mucho en Él al principio, en darle control de mi vida. Pensé que la echaría a perder, Él sabía como doblar para dar vueltas cerradas, brincar para librar obstáculos llenos de piedras, Y ahora estoy aprendiendo a callar y pedalear por los más extraños lugares, y estoy aprendiendo a disfrutar de la vista y de la suave brisa en mi cara y sobre todo de la increíble y deliciosa compañía de mi Dios. Y cuando estoy seguro de que ya no puedo más, Él solo sonríe y me dice: “PEDALEA”. |
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